Breve, escueta casi impensada reseña…
Darío Villegas; músico, poeta, escritor. 12/07/1960
Docente de Música en casa de la cultura de José C Paz
Multiinstrumentista ♫ autor ♪ compositor.
Padre, hijo, hermano, amante, compañero, eterno aprendiz y
discípulo
Cultor del presente infinito.
Caminante en espiral.
Palabras vitales elegidas: Nosotros; luz, tierra, agua,
fuego, viento, magia, amor, sueño, soñador, soñemos…
Dario Villegas
Clasificados
Rodeé toda la plaza para no encontrarme
con conocidos, estaba tenso, irritable. Caminaba tan rápido que ha cada momento
me agitaba, trastabillaba y perdía el equilibrio. Pasé la esquina de la catedral
oteé por el rabillo del ojo las mesas del café del reloj, no vi rostros
conocidos.
Al llegar a mitad de cuadra me
detuve en la vidriera de, El Dante antigua librería donde también venden artículos
para pintura artística y manualidades. En una de sus grandes vidrieras exhibía
unos pomos gigantes de óleo y acrílico, pinceles de diferente calibre y pelaje.
En uno de sus ángulos superiores, no tan alto como para no ser leído un cartel;
SE NECESITA EMPLEADO CON REFERENCIAS Y BUENA PRESENCIA. Seguido entre paréntesis;
(NO EXCLUYENTE).
Hacía meses que buscaba trabajo, pensé
este trabajo es ideal para mi, trabajar rodeado de literatura y música con ese
placentero aroma a lápiz y papel. Leí nuevamente el cartel, dije para mi;
referencias puedo conseguir, presencia tengo ¿será bueno o mala?
Camine con paso apretado hasta el
café del reloj, entré directo al baño. Sobre la pared frente al inodoro se
encontraba un espejo rectangular, bastante largo como para poder chequear si
una presencia es buena, regular o mala.
Me paré frente al espejo con un
modo altivo, recorrí mi figura reflejada sobre el grueso cristal con su azogue
descascarado. Llevaba camisa blanca de cuello corto, saco de paño negro como la
peste, opaco y profundo negro, solapas angostas ni cortas ni largas, cuatro
botones, corbata fina también negra y opaca, pantalón de franela y cinto al tono,
zapatos negros canadienses, “lustrosos
como lomo de cucaracha”.
La estampa de un hombre de negro
con camisa de cuello corto, sobre el cristal me producía un vértigo especial,
hacia mucho tiempo, mejor dicho jamás me observaba en los espejos.
Pero dada la ocasión era el jurado
en un concurso de presencia, tenia que ser sumamente cuidadoso, no podía emitir
cualquier juicio, uno irresponsable; va si, tiene buena presencia; y
conmiserarme con el disminuido concursante, o
mala, si mala presencia, ser tan rígido, no era para tanto si al fin y
al cabo era una pre selección, no influiría en la decisión del jurado en ultima
instancia.
Lo que realmente me preocupaba era mi imagen de hombre de ley, de
ciudadano responsable.
Era mi primera vez como jurado, así
que trague saliva, mirè detenidamente la imagen depositada sobre el espejo, cerré
los ojos y emití el veredicto, una sucesión taquicárdica de espasmos recorría
mi cuerpo, un sudor frío se derramaba en mi espalda. Dentro de mi cabeza dije;
buena presencia de uno a diez…no podía decir diez, no faltaría quien alzaría su
voz un arreglo con el jurado, quizá pedirían el desafuero del responsable,
hasta podrían abrir una investigación por fraude y corrupción.
Entonces nueve…nueve es lo mismo
que ocho o siete, un ocho seria perfecto, no es como diez no despertaría
sospechas, tampoco es un seis regular.
Pero ¿y mi conciencia? El
concursante se preparó, hizo dieta, recorrió cada amanecer esos diez kilómetros
a trote firme al costado de la ruta, ida y vuelta, durante semanas, cada noche
antes de posar su cabeza sobre la almohada, retiró del placard frente a la cama
su ambo negro, fulgurante y profundo negro de cielo en noche de luna ausente,
nueva. Detenido frente al espejo de cristal virginal y azogue inmaculado,
recorrió su largo, casi atlético cuerpo, lo vistió lenta y meticulosamente cada noche,
como si ese día fuera el último antes de ser ejecutado por ese crimen, que no
cometió del todo. Enfundado en su armado de paño negro impenetrable, se
recorrió saboreando el veredicto del jurado, fantaseando con ser aceptado el
ganador. El mejor.
Y de qué le sirvió, para que un
mediocre devenido en jurado le diga: usted tiene buena presencia, es un hombre
ocho puntos, piense, se merece un diez. Bochornoso.
Para qué tanto colegio salesiano,
tanto comulgar, siempre monaguillo, cuadrito de honor; para decir ocho cuando
es diez, para seguir institucionalizando la miseria humana, dejar que el hilo
se corte por lo más delgado, arrugar los anhelos de un pobre muchacho, que
llega con su ilusión, se merece un diez y le decimos como si nada: ocho y
confórmate. Podría decir cinco o seis y chau buena presencia, adiós tus ínfulas
sos una caquita.
No, no puedo no soy eso, si es diez
que sea diez y arda Roma, mi conciencia intacta nadie puede reprocharme nada.
Te acordas del fiscal aquel, el de
las coimas, le tajearon el rostro y le amenazaron la familia y ese el del
escopetazo. Hay que andar con pie de plomo, mira si hay una mafia detrás de la preselección
y vos te equivocas ¿vale la pena, para qué? Por demostrar tu inflexibilidad
hasta las últimas consecuencias, si con un ocho el pibe zafa y vos te
resguardas la espalda, dejá todo así total es un concurso y el pibe no va a
patalear.
Bueno, esta bien que sea un ocho…mi
estomago se hizo un nudo, el pecho me pesaba toneladas.
Y si piden un seis, un seis un
putisimo seis, no puedo hacer eso, no podría, todo tiene un límite, no un seis…
¿Por qué tanto ensañamiento?, por favor es un concurso de morondanga.
No es esta mierdita de concurso,
siquiera algo personal con el muchachito; el chico se gana un diez a primera
vista, se ve que esta preparado ¡Díez! En realidad es una prueba te están testeando a vos, al
señor jurado, por lo que vendrá en el futuro, es bueno saber con quien se
cuenta y esos favores no tienen precio, aunque se pagan de contado y su peso
mil veces en oro.
El que concursa es el jurado, el
señor omnipotencia, si dice; seis un diez en traición y miseria; diez mandale
una corona y una caja de Bonafide a la viuda.
Mis ojos se abrieron, los golpes en
la puerta una voz que susurraba desgarrada al otro lado de la placa terciada, me
estoy cagando macho. Abrí la puerta salí corriendo empujé al parroquiano que
aguardaba ciñendo su último esfínter a punto de traicionarlo. Atravesé el salón
repitiendo secuencialmente; diez no ocho ni seis, diez, hijos de puta.
Gané la calle y troté hasta la vereda frente a El Dante, el cartel
en la vidriera aun pedía buena presencia, irrumpí en el local atiborrado de
libros y discos con ese hipnótico aroma
a papel y lápiz llenando el aire. Largos mostradores cercaban el salón, delgados
y pálidos empleados de pulóver azul y jopo engominado parapetados tras los
maderosos tablones caoba.
Parado en medio del salón, miraba
girando el cuello, requisando el penumbroso espacio, buscando al responsable
del maldito concurso, al asqueroso morboseandose con la ilusión de los
concursantes. Ahí estaba, tras el cristal biselado, junto a la antigua caja
registradora, con su rostro arrugado y los lentes encajados en la ganchuda
nariz, con gesto impávido, sus grandes entradas bordeadas de cabello gris. Era el
culpable de mi desazón.
Corrí en medio del salón de un
salto traspuse el lustroso mostrador, lo topé con mis manos ceñidas en garras
se tensaron sobre el largo y rugoso cuello, rodé sobre el piso con el gusano
entre mis manos, lo golpeé sin cesar una y otra vez, le grité que no era ni
ocho, ni seis, diez, hijo de puta, diez para siempre, que ya no arruinaría mas
ilusiones.
Cuando volví en mi, unas gruesas
rejas color negro retenían mi dolorida humanidad, en un catre metálico de dos
pisos un hombre gordo roncaba y dejaba escapar flatos al compás de sus
ronquidos. Me incorporé como pude, apoyé mi espalda dolorida contra el muro
color mugre, en mi cabeza un chichón daba aviso de la causa del dolor, entonces
comprendí cuan complicado estaba el mercado laboral.
Maga de cristal blanco
Dicen que cada grito dado en contra del viento sur, se
transforma en pájaro y luego en agua.
Dicen también… que de
cada letra de tu nombre… nació un dios errante y todo disparo de luz.
Lo dicen hasta que se quedan sin palabras…y se descalzan,
todos lo hacemos, dejamos que nuestros pasos desnudos… se tramen durante las secretas
ceremonias del camino.
Ese trazo divino inmaniendo cada amanecer con su sed sin
pausa…verdadera…infinita.
Dicen…yo digo…porque me gusta dibujarte con cada palabra…recorrer
esa inabarcable plenitud de tu gea en llamas…purificándose en cada elemento
bruñido en tu piel…
Perder las
dimensiones…para llegar desde los espejos en medio de la noche sin
rumbo….vigilia de silencios sin tiempo…una pausa en cada carne…
Asistir a las saturnales de tu sueño…humedeciendo los lechos
polvorientos en cada cause…para que el llanto de la vida recircule vertiginoso…
Pero nunca alcanza…dicen que jamás alcanzo…y tu sonrisa se
desnudo… y de tus mariposas nacieron barriletes…cometas de papel de
arroz…entregándose en un majestuoso Kamasutra de color siempre… a las
placenteras bondades de Eolo y sus eterna sed de rincones ocultos…
Digo a veces, cada dos segundos atómicos…que te amo…porque
vengo soñando en cada ala de tus sueños…
Lo repito como un mantra que vibra entre mundos desovándose
uno en otro…tierra sobre tierra…
Y cuando me canso en mi voz perdida…destejo cada cuerpo mió
para unir Pleyades…envolverlas durante los espejos de tu vuelo… jugando a
romperme los charcos donde desde ayer…el mañana diluvia flores de azúcar
marrón… endulzando cada vez el presente…lugar de nuestras miradas sin pausa…
La cucaracha
Sentí la muerte revolviendo sucios
papeles, entre las catacumbas de ese yo vació, en es basural del infinito,
donde los sueños se arrebujan junto a esos secretos y no aquellos.
Trague una muerte marrón junto a mi
saliva. Esa muerte; blanca y roja, azul, verde…
Multifacética y barbitúrica,
llegando en mis venas, amalgamándose con la sangre, entre cada célula, construyendo sistema sobre sistema, hasta consolidar pequeños enjambres y
llamarlos tejidos; aunque el bautizo no dure más de lo que flamea el sol sobre
el oeste.
Crecer de abajo hacia arriba, de
repente como el rayo .con la infinitud de ese grito, atómico y carnal.
El cuerpo de la muerte, blandiéndose
a si mismo; para orgullo y tributo de quien, a cual dios a que diablo. A los
dos, como todos, como muchos, la mayoría. A dios y el diablo; a blanco y negro,
dubitativos, indecisos, hipócritas.
La evidencia color caramelo, su
cuerpo hinchado sus extremidades encogidas yaciendo boca arriba, como
agradeciendo al cosmos, a la eternalidad del cielo.
Poder abandonar esa envoltura
incomoda y simbólica, perdurando hasta la perpetuidad.
Subvirtiendo órdenes establecidos,
en hogares emblemáticos, viciados de un vacío incongruente, el aposento
perfectamente patibulario y misérrimo.
Instituyendo credos y religiones,
conteniendo la antropofagia de familias aliadas y demagógicas. Imponiendo la
falsificación de los estados para los estados y sus sociedades. Llevando orden
cerrado a cada rincón.
Segregando toda disyuntiva, cada
gesto de intransigencia.
Pero a partir de ya, su posteridad
no sufrirá la ambivalente realidad de los diafragmas, sentenciando la
parcialidad del frágil fotograma.
Atribuyendo dotes donde reinan
faltantes, estigmatizando imágenes irrevocables.
Las grasosas ciudadelas llenas de
cling y clang, aguardarían el sordo repiqueteo de extremidades como cada noche;
no sucedería, no esta vez, ni las veces sucesivas.
Todo guardaría ese orden de
sepulcro vacío.
Alguien habría robado el motivo de
vigilia a los obsesivos anacrónicos de la chancleta y el ácido bórico,
convirtiendo estantes y rincones en salitrales de envenenamiento.
Para mañana, después, por toda la
eternidad; esa oportuna teoría de reencarnación, cobraría sentido.
Lo que fue ayer peste, hoy seria pájaro
y vuelo, quienes dictábamos dogmáticos y omnipotentes, reptaríamos como es
costumbre.
Arbitrando los controles del final
del tiempo y las especies.
A
veces, solo a veces
Porque a veces no tengo nada,
Ni viento del sur, ni grito de
estrella con norte y fuego de noche día,
A veces pasa como una grieta en la
comisura del alma,
Estirándose hasta tocarme los pasos
en círculo,
Un agujero dice la muerte en la voz
y nada regresa,
El vientre estallando primaveras
nunca,
Cada ave olvida su camino en el
aire y todo viento enmudece,
Cada cuarto difumina sus aromas de
animal en celo,
Los rincones apagan cada eco, hasta
la magia,
La rutina de ojos luminiscentes
asombrando luz y cada luz,
Es entonces cuando me quedo
ausente,
Dejo cada sonido perdido a
mansalva,
Echo barro negro sobre las palabras
olvidadas,
Me arranco lo que de alas fue y me
duermo para no soñar,
Despierto algunas veces
aterrorizado,
Porque olvido como era soñar.
El camino sin tiempo
Un camino al otro lado del tiempo, donde las palabras son pequeñas aves
que anidan tras los ojos espejados de un tiempo sin tiempo, huérfano de
infinito.
Hoy ha amanecido antes, será la primavera, esas voces del invierno que
persisten en sus gritos, en el eco de sus adioses que se reiteran, dormitan en
cornisas de un ayer que me trasciende, como queriendo huir hasta siempre, como
nunca y luego jamás.
Hace no se, cuarenta, cincuenta años que vivo aquí, tras estas ventanas,
al otro lado del jardín donde los otoños son excomulgados por las voces heladas
de inviernos que apenas renacen, conocen su rutinario destino, que posee fecha
de vencimiento para su respiración, que se agita cada año un poco mas en la
desmesurada tarea de oscurecer el cielo, antes que el día se de cuenta, para
hallarse desnudo al otro extremo del alba.
Es hoy que me llegan los aromas de mi infancia, rajada en la infamia de
la vida, con las palmas de mis manitos ardidas de recoger grano por grano de un
maíz que ha de ser tan dulce en bocas que cantan canciones niñas, que jamás
aprendí, y quizás ya nunca lo haré.
Éramos una familia italiana, llegando desde un continente enceguecido
por la barbarie de la industrialización, del tiempo de los hombres para el
capital. Fueron soles y lunas con sus cielos pétreos, transcurriendo en la
infinitud del océano, donde el horizonte era solo una línea, trazada por el
lapiz divino de dioses que no conozco, de los cuales tenia noticias de ese solo
cristiano, ungiendo a santos y pecadores con luz, y la promesa de paraísos
idílicos, allí tras los mundos, y el mundo.
Tuve una madre que tenia la flor dulce del amor, resplandeciéndole en su
rostro a través de los años, donde el dolor iba fraguando sus marcas, bruñendo
su piel. Pero ella jamás perdió su aroma a jazmín recién abierto, a sol en los
labios.
Un padre que tenía los puños cerrados, donde el dolor amargo del trabajo
en vano, fue aislándolo, convirtiéndolo en el ser temible que todos temíamos, a
quien no le conocí otro don que el del castigo cotidiano y la crueldad. A veces
lo recuerdo y el corazón se me estruja, porque el no supo perdonar, y aun hoy
no lo perdono, por el castigo a mansalva, los golpes sobre la carne trémula y
todo aquello que no quiero recordar...
Mi hermana que dejaba su canción silente, entre las heridas del arado,
sobre la tierra rebelde de un campo que trataba cada día de tramarla, entre su
olvido imperecedero, queriendo cobrar con creces, el fruto que entregaba de su simiente.
Mi hermano, que tenía las huellas de la vida cosida en su espalda,
arqueada por el arado y la cosecha, amargándole la niñez, porque quiso ser
niño, y no tubo tiempo en los relojes del hombre. Los juegos de bolitas y las
pelotas de trapo se le extraviaron en las cenagosas horas de un tiempo sin
tiempo. Recibiendo los golpes del padre,
que también fue mío, aun no olvido sus castigos y las huellas del dolor que
causaba con su reprimenda, esa brutalidad aprendida a los palos entre la vida y
eso que a veces no quiero concederle
ningún merito, llamado destino.
Es este día, que tiene un tinte extraño entre sus alas atardecidas, los
recuerdos vuelan hasta esta ventana, empotrada tras mi jardín de años, donde he
cultivado la mejor flor, donde cada pájaro se detiene a pacer un sueño pequeño,
hasta endulzarse el vuelo.
El tiempo se detiene y define paradojas para viajar en sus aguas a
aquellos años donde la vida sucedía sin preguntar, en esos extraños y salvajes
agujeros negros mi infancia no encontró los juegos, y mis juguetes se
trastocaron en herramientas de hombres que dejen el cuero sudado con sangre
propia, para enriquecer a despiadados patrones. Que lo único que comprenden es
el cruel y sórdido tintinear de las monedas, resonando en sus bolsillos sin
fondo.
Ahí, en ese tiempo desmadrado, con las manos ardidas de arrancar las
chalas del choclo, en ese lugar mi infancia se cremó, en las hogueras de un
mundo sin razones, donde dios parecía que no existía. Y aun parece no hacerlo.
Aun electrizan mi cuerpo los golpes que recibía mi hermano, siento el
ardor del cinturón en su carne que me quema desgajándose. Y la pregunta es la
misma ¿Por qué, para que?
Mi mamita, que era buena, nos curaba las heridas de la vida apenas,
encendía los soles del amor, allí derramaba su delicada voz, llevándonos entre
sus alas pájaro soñador de secretos cielos, hasta cobijarnos en el nido calido
de su cuerpo, vertiéndose al resplandor de los días, como una caricia de agua
virginal, endulzándonos el alma, para que todo pase y nos crezcan sueños de
masa pan y domingos de luz.
Y la vida fue y volvió, toda vez
que pudo, hasta que un mundo sin voces de consuelo se distrajo y las pequeñas
alas que retoñaron, no se como, ni cuando me hicieron al frágil vuelo,
llevándome en un débil viento de cambios, mas allá de ese horizonte impasible,
devorándonos con el campo allá en pergamino, día tras noche en cada hora,
haciendo acrecer un fuego, enlavesiendose, hasta verterse de camino desandado,
lanzándome lejos. A una nueva vida. Gracias.
Y vi las luces que nunca había visto, ni en los sueños que no me
pertenecían. Y fue entonces que la vida descubrió que aun estaba ahí, en ese
lugar acurrucada bajo una lagrima, donde un racimo de niños, tan frescos como
cada brizna de vida y enseguida luz, aguardaban una caricia suya, como un
gesto, un guiño de dioses dormidos, para que algo de lo roto sane, se devuelva
en cántaro fresco de agua aun pura, a pesar del odio contenido y el sabor
amargo de travesía ajena, durante las estaciones de dolor siempre.
Y llego el nuevo día de la vida siempre, y el amor maduro entre los
pliegues de la piel lozana, con su ardor contenido. Y la niña que no pudo ser
juego y canción de retoño, se recobro en mujer y la flor del tiempo le entrego
la voz del hombre que contenía el nombre secreto del amor, y se vertió en mi
camino y fue la dulzura de la vida, que se canto entre los rincones, con la
brisa de otoño y la perspectiva del verano en cada cuenco donde se derramo el
fuego llegando en bocas soñadoras. Fueron los años del amor, ese que aun me
adormece cada noche, arrullándome hasta el alba.
Fue maravilloso y aun lo será, por siempre.
Y el hombre que conocía el nombre
del amor, se quedo en mi vida, arrebujado en mi cuerpo y de mi carne y en su
sangre, los hijos alumbraron la luz en la vida, que a pesar de empeñarse en
torcerse, no se retuerce y me enciende cada mañana.
El hombre que se encendió un día, entre las alas de angeles trovadores,
cumplió un ciclo aquí, entre las enramadas del mundo, donde el dolor no es
eterno, se ha marchado antes, a tramarse en la urdimbre del infinito, y allí me
aguarda, porque es para siempre, y nos reencontraremos en la magia de los
tiempos que no adolecen de horas, ni dolores en carne y fuego.
Y serán los hijos, la vida que me concedió todo lo que la vida a veces
permite, y que me negó todo lo que la vida a veces niega.
Y diré que fue dios, y quizás no lo diga.
Solo diré que fue el amor, como
lo es cada día
-----------------
Dios se incineró en la esquina de un domingo
sin sed
Perdió las palabras que decían ardor
Vomito llagas de un sin fin de olvidos
Dijo
adiós con la voz descalza
Amontonada entre la nada y vos.
Ese día las miradas tragaron la distancia de
cada tiempo
Para llorar sin piedad,
Cada cuerpo del dolor perdió una perla y toda
estrella de carbón
La dignidad del olvido y todas las miradas de
amor.
Antes de que se quiebre el día
Un gemido en llamas fue canción, dibujando aves
volviendo del sol con los caminos cansados, quebrados, hartos de correr.
Ese día cada dios dijo no…y siempre jamás