Alfredo “Nene” Martino (1925-1990)

                                               Alfredo “Nene” Martino

El 19 de noviembre de 1990 muere en San Miguel (Pcia. De Buenos Aires) el poeta Alfredo Martino. Lo está velando el aire en los bodegones. La lluvia grita entre las hojas de su higuera.  

       Gracias por la colaboración con fotocopias y amistad-compromiso con la literatura local, al escritor Daniel Godoy.



                   CARTA A ALFREDO,  de Nora Nani

Vengo del hospital. Allí estabas como un Cristo del surrealismo crucificado por sondas.
Por eso, esto no va a ser un prólogo. Va a ser una carta, carta desde la agonía, devenir del recuerdo… Y no sé si tiene sentido que nos hayamos apurado tanto, no sé si tiene sentido esta lucha que emprendimos para que tu libro sea una realidad palpable, el hijo más numeroso, la forma perdurable de la alegría. No sé si tienen sentido tanto detractor disfrazado de hermano, tanto oficialismo de espaldas, tanta luz que te negaron cuando los días eran opacos y la verdad se cifraba en este libro, la manera de estar para siempre, la fe que te ponía los ojos de ángel y de esperanza.
Alfredo, nadie más que vos entendió la soledad, el ancho mundo que te habitaba, esa forma perfecta de necesitarnos sin que mediara el grito. Nadie como vos supo del acuerdo silencioso y de esa puerta del alma que se abría para acobijarnos.
Hago memoria… Veo tu figura flaca alzada en el poema, tu voz llenando socavones de humo, esa estatura tuya de lompas arrugados y de sonetos estrelleros… Recuerdo que antes de conocerte conocí el canto que te nacía y que se hacía carne en los otros hombres. Algo como un milagro. La poesía puesta para el gozo con la utilidad de un pan o de la sangre generosa. Me creció la urgencia por verte. Y supe del largo vino tendido, del verbo luminoso, del poeta que escribía con palotes y erguía la palabra hasta que se hiciera fruto en todos los corazones. ¡Maravilla de intelectuala boba! Buscar influencias, lecturas, escombros, y comprender que jamás habías leído algo, que la poesía era un don misterioso, un milagro dictado al oído, una certeza de vida sin pausa y sin retorno…
En esa vida irrumpí de golpe. Me incorporaste al duende desusado de tus horas. Me aceptaste y crecí en la amistad con el júbilo del deslumbramiento. Yo venía de errar los [centr****] de echar golondrinas al cielo gastado de mi sangre. Por eso en tu infinita ternura de tu espacio, fue mi lágrima una constante marginal y sola: la gota en un pañuelo, la factura final que me guardabas, esa María Alejandra con destino de puertos bajo la luna roja de sus venas.
¡Cómo penetrabas al centro de todos los personajes! ¡Cómo desnudabas sus sueños de más adentro, qué saliva de astro te hacia reconocer la luz y exponerla hasta que la sombra quebrara sus faldas en la fuga del vértigo!
Y ahora, de vuelta del hospital, enfrentada a este prologo que urge, a este momento en el cual debería hablar de tu obra porque al fin y al cabo la recopilé, soy responsable de la implosión y de la llegada, porque debería explicar tu asombro con el paisaje, el niño que te guardaba los sueños, tu forma de amar a Dios sin sectas, tu entrega a la lucha sin partidismos, tu ofrenda al hombre desde el canto, ahora ni siquiera sé decirle al lector que alerte los oídos del alma, que penetre en silencio cada página, que de allí se alzara un Quijote estremecido y podrán oír tu voz diciendo el poema, imaginarme cigarrillo cortito y gesto largo, magia cotidiana, poeta oral que reconoció el pueblo desde su raíz más honda. 
Pero las palabras no me alcanzan. Solo tus ojos, el dialogo mudo, tu mano agotando despedidas imposibles. Solo decirte que tenés que estar, que ya no puedo con el miedo, que no tenés derecho a jugar este Cristo de cama pobre, que el amor pasa por infinitas instancias, y que este libro es el esfuerzo vigente de todos los corazones para que estés de pie entre nosotros. Definitivamente vivo. Con la eternidad ceñida a tu presencia de pájaro fabuloso. Cantando, como siempre.


                                                                                              Nora Nani.


AUTORRETRATO

¿Tú sabes que estás flaco como un mimbre
y amarillo como una calabaza?
Tú necesitas más el pan que las gardenias,
que las musas y las flautas…
Quieres buscar las ubres de la zorra
en los mismos colmillos de los lobos
cuando aúllan las lunas y las faunas.

Oh filósofo,
ya piensan otros aires las rutinas
y caminan las ruedas y los hombres
y es grito ya el silencio de ayer noche.
¿O es que no has visto tú la última estrella
que vino de overol hasta tu silla?
Guardate ya en tu verso en el bolsillo
y camina, camina… 

                -Cómo está lejos el pueblo de mi madre
con sus aleros rojos como guindas
y su verde pañal de hierba y siembra
extendido por toda la campiña…

Guárdate ya tu verso en el bolsillo
y camina, camina,
que el sol te dé en la nuca y en los huesos
y puedas ver la luz que no transitas.
Vamos, que no hay bostezo en la cantina
y estás más ojeroso que otras noches.
Diría  que la muerte te camina.

-Cómo está lejos el pueblo de mi madre
con sus aleros rojos como guindas
y su verde pañal de hierba y siembra
extendido por toda la campiña…

Guárdate ya tu verso en el bolsillo
y camina, vamos, vamos, camina, camina…


HERMANA SOLEDAD

Que me junte las cosas y me vaya,
que le ponga la llave a las ranuras
donde se meten grillos por las tardes
y andan entre mis botas musicando
las fábulas de nadie,
que me junte las cosas y me vaya
ahora que empiezan a alargar los días
y crecen mariposas en el aire…

Hermana soledad, no me hagas caso,
yo no he pensado en querer dejarte,
sólo que cuando prenden las llanuras
se me mete la vida por la sangre.

Tal vez un día, to no digo cuándo,
pero será difícil olvidarte…
Ponle tú los cerrojos a las puertas
y vamos juntos a caminar la tarde.

Que me junte las cosas y me vaya
ahora que empiezan a largar los días…
No, hermana soledad. Voy a quedarme.

Jose Di Salvo - Hermana soledad. autores: Alfredo “Nene” Martino y Carlos Castro



POEMA CON MI SANGRE

Ya tengo mi sangre cuestionada.
Incoloro, su origen tambalea,
y del atardecer a la alborada
una esfinge de trazos me rodea.
Mi esqueleto de gasa me plantea
de la brisa a la rambla huracanada
y al igual que una hoja me voltea…
Todo es un rito, un campanario suelto,
teñido de un badajo de la nada.

Guardaré mi epitafio en las venas
pues ya tengo mi sangre cuestionada.


UNA CHICA ACUARIO

Era un chica acuario
que juntaba hechizos por las plazas,
que esperaba el sol en los canterios
y se olvidaba de volver a casa.

Tenía unos padres lánguidos
con una florería en la terraza.
Llevaba un libro diario
con todos los secretos de su horario
y un oso de aserrín
que le cantaba un arrorró precario.

Un día la encontraron
de entrecasa
con una sobredosis de inventario,
enganchada a un ritual de fantasía
en un lunes que andaba rutinario.


LA CASA DE MI MADRE

Cuando vuelvo a la casa de mi madre,
a sus cobijas blandas
y sus sábanas limpias,
a su rosa de octubre
y su leño de junio,
me parece lo andado
un poco de infortunio,
aunque haya caminado
los caminos del mundo.

Cuando vuelvo a la casa de mi madre,
a su pan, a su pascua y su siesta callada,
siento el niño que busca las cosas olvidadas.

Y es apenas una casa
donde viven los cuentos,
donde cuelgan los tilos
los panales mieleros
y el viento se perfuma
con la albahaca del huerto.
Y es apenas una casa
con mi madre viviendo.


LAS COSAS DE MI MADRE

Sabes, madre,
quiero volver a restaurar tus cosas:
tus violetas de abril,
tu anecdotario,
aquellos, los hinojos de tu huerta,
y el sosegado cielo de tu horario.

Ya no iré por el tren del mediodía,
colgaré mi bolsón
en tu respaldo,
y en el diáfano agreste de tus días
haré
lo que no pueden
 ya tus manos.

                                                         Alfredo “Nene” Martino

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